¿Los hombres saben amar?


Vamos a empezar este artículo dando una declaración quizás polemica, el «arte de amar» no es una de las virtudes que el varón haya podido ejercer tranquilamente.

Los estilos de crianzas a los que los hombres hemos sido sometidos han sido muy poco propiciatorios para que el amor pueda crecer en libertad. Esto nos ha ocasionado una dificultad para expresar el amor libremente, parafraseando la jerga hippie, nos hemos llegado a preocupar más por hacer la guerra que por hacer (construir) el amor.

Y no queremos decir lo contrario, a los hombres nos encanta amar, pero a veces se nos enreda el hilo y perdemos el rumbo. Pero si realmente queremos vivir a plenitud la experiencia afectiva, ¿qué nos impide hacerlo? ¿Qué nos falta o qué nos sobra? ¿Por qué no arrancamos desaforadamente a querer a cuanta persona se nos cruce por el camino?

¿Porqué a los hombres nos cuesta expresar el amor?



La respuesta a esta interrogante está en analizar el conjunto de condiciones, básicamente psicosociales, que dificultan el intercambio afectivo del varón.

Aunque algunos pueblos tribales podrían escaparse a esta afirmación, la evidencia psicológica muestra que la gran mayoría de los hombres civilizados estamos inmersos en una cantidad de dilemas obstaculizantes que no poseen las mujeres. Muchas veces no sólo no sabemos qué hacer con el amor, como si quemara, sino que no hallamos la forma de entrar en él sin tanta carga negativa.

Para poder amar en paz debemos aprender nuevas formas de relación, pero también desaprender otras. Modificar viejas costumbres y demoler aquellas barreras que no nos han dejado ejercer cómodamente el derecho al amor. No estoy diciendo que seamos incapaces de amar, sino que el intercambio afectivo masculino está plagado de interferencias. Hay que limpiar estos canales de comunicación, y solamente compete al varón hacerlo, solamente el hombre puede crear nuevas masculinidades que nos permita vivir la ternura y disfrutar el afecto con mayor libertad.

Pero existen barreras que nos limitan en la experiencia del amor


En los hombres prevalece una dicotomía emocional, que nos quita fuerza interior y nos confunde. Desde la más temprana edad, los varones nos vemos obligados a magnificar la oposición agresiva-destructiva y a adormecer la aproximación cariñosa-constructiva. Muchas veces no queremos guerrear, pero peleamos, y muchas otras queremos llorar, pero nos aguantamos. Como si tuviéramos los cables invertidos: en vez de controlar los niveles de violencia y liberar los sentimientos positivos, frenamos la expresión de afecto y soltamos peligrosamente las riendas de la agresión.

Y las razones de esta dicotomía la encontramos en factores tanto biológicoevolutivos, como socioculturales.

El aspecto biológico

Parece muy establecido que los varones poseemos un paquete hormonal que nos predispone a estar siempre listos para el ataque. Parecería que la violencia está en nosotros. Si a un pajarito como el gorrión se le extraen los testículos (pesan un miligramo y tienen un milímetro de diámetro), el animalito se volverá sumiso, permisivo y apático por el sexo. Pero si se le inyectara cierta cantidad de esteroides, especialmente testosterona, el pájaro despertaría de su letargo y adquiriría nuevamente aquellos comportamientos que definen a un macho.Lo mismo ocurre en casi todos los animales, hombres incluidos. En palabras de Carl Sagan: «Cuanta más testosterona tiene un animal, más lejos está dispuesto a llegar para desafiar y dominar a posibles rivales»

Las causas sociales

En lo que se refiere a las causas sociales, la cosa es más compleja. Pese a que la testosterona sigue circulando por nuestras venas, y a que de vez en cuando nos guste un buen enfrentamiento con algún desconocido que nos miró mal, en el sujeto humano aparecen otros atributos (valores y principios) que modulan las viejas y aparentemente irrefrenables tendencias arcaicas.

La biología sólo alcanza a explicar una parte de nuestro comportamiento, pero no lo justifica. La justificación humana necesita fundamentación ética y/o moral, es decir, humanización. Tal como decía Jung: «Dejar salir el guerrero interior, para trascenderlo». Si la ausencia de ambición puede aminorar la guerra, y si el respeto permite crear las condiciones indispensables para que la agresión disminuya, ¿qué nos impide cambiar?


La cultura patriarcal

Si analizamos con detalle el contenido de ciertas películas, los videojuegos, la ropa masculina, algunos deportes exclusivos para hombres, los juguetes y los dibujos animados televisados o escritos, veremos que la apología a la violencia masculina está en pleno auge. Es una forma de mantener vivo el espíritu depredador que se supone anida en cada pequeño varón.

Los varones siempre nos esforzamos mucho más en mostrar el lado agresivo de nuestra masculinidad, de lo que las mujeres se esfuerzan en mostrar el lado tierno de su feminidad. De manera inexplicable, creemos que la rudeza nos reafirma, pero nos destruye.

La nueva masculinidad no desea matar al guerrero, sino aprender a utilizarlo. La ira es una emoción indispensable para autoafirmarse en los derechos y superar obstáculos, pero mal utilizada puede ser un arma de doble filo. Cuando la ira está bien procesada se renueva en asertividad, es decir, la expresión adecuada de sentimientos negativos sin violar los derechos ajenos: decir «no», expresar desacuerdos, dar una opinión contraria, defender derechos, expresar rabia, y demás.

La idea no es castrar al varón y convertirlo en un eunuco falto de toda gracia masculina, sumiso y manipulable. Tampoco se trata de transformarlo en un chimpancé «inteligente», armado hasta los dientes, ensayando tiro al blanco: la clave está en aprender a discriminar cuándo se justifica y cuándo no, expresar la emoción primaria de la ira y darle paso a la conciencia, la autoobservación y los valores.

Cuando la ira obra al servicio de los principios, estamos humanizando al guerrero. El estilo de vida hostil, exigente y arrogante, que instauró la típica sociedad patriarcal, desvirtuó la lucha natural por la supervivencia y decretó el abuso del poder como un valor masculino. La consecuencia de este atropello fue la inhibición violenta de toda expresión positiva emocional.

Concluyendo, a los hombres nos impiden amar, pero podemos aprender a hacerlo.



Para concluir, recuerda que expresar afecto te será muy saludable y beneficioso. Los prefesionales de la salud mental podemos ayudarte a llevar un adecuado control de la ira y dominar al guerrero que vive dentro de ti. Así que no dudes en contactarnos, y si eres de España y buscas psicólogo en Atocha te recomendamos dar clic en el enlace azul y podrás contactar con especialistas que te atenderán profesionalmente.

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